domingo, 9 de enero de 2011

Un suave comienzo II


Pero hoy estaba ausente, hoy no veía nada, tan solo caminaba y caminaba, sin detenerse, sin parar un segundo, como si pudiera con tan solo sus pies recorrer el mundo entero; sentía ganas de correr, de olvidar y ser olvidada, de poder detener el tiempo para no tener que regresar, y para andar eternamente, sin que la noche, el frió y la hora la obligaran a volver; pero todavía era temprano y quedaba mucho tiempo de luz, y siguió caminando. “Como es posible- pensaba- que todo sea tan distinto esta vez, que nada me importe, que nada me provoque, que todo este lejos” y no entendía, no había probado lo que era no sentir, y le parecía como estar muerta en vida, pero no podía ni se atrevía a decir que aquel sentimiento no le gustara sino mas bien le parecía distinto, pensaba “es como todo lo nuevo, al principio nos desconcierta, nos asusta, pero luego que ha pasado el tiempo nos es conocido, nos llega gustar o lo odiamos”.

Siguió caminando hasta llegar al lugar que más quería y deseaba para estar sola. Camino hasta encontrar un lugar alejado de los demás y se sentó mientras mirando a la nada se dejaba invadir por la soledad, por esa suave brisa que te transporta hasta los confines de tu ser, hasta el lugar más recóndito y extraño dentro de tu interior, haciéndote ver que eres más que cuerpo, más que sentimientos, algo superior, “no lo sé con exactitud, pero pienso que estamos y somos una fuerza inigualable” y recogió su pierna para distraerse luego con la caída de su cabello. Era rojo y ella lo amaba, brillaba a la luz del sol como si quisiera quemarla, hacerla arder eternamente sin extinguir jamás su furia, y carcomerle los huesos luego. ¿Pero qué pensaba? ¿Qué eran esas ideas de arder perpetuamente? ¿Acaso era lo que quería? “A veces si -se dijo- tal vez es lo mejor, después de todo…” y se cayó, mejor seguir mirando como su cabello juega con la luz del sol que pensar en esas cosas, mejor desvariar con el fuego en su cabeza y las llamas que se encienden en su pelo, mejor ver como su piel, blanca y fría se fusiona con el calor omnipotente del sol, resplandeciendo sobre su cabeza, haciéndolo arder y haciéndola delirar, que mirar donde no quería ver, que escuchar lo que no se quiere oír.


Luthien

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